Las cartas

Carta 15: De Dalmacio a Emilio

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Asturias, 14 de enero de 1941

Querido Emilio:

Ante todo, y sin ninguna demora, tengo que felicitarte por tu paternidad. Ten presente que mi alegría por esta dicha que ahora mereces y disfrutas se materializó en el mismo momento en que la nueva llegó a mí entender con tu carta de noviembre. Esperé la misiva con ardua ansiedad durante todo el penúltimo mes del año y me fue inevitable, según avanzaban los días, desviar mis pensamientos a otros menesteres, sin duda, más banales. He de culpar a estos tiempos que corren, que nos ofrecen estimaciones y no garantías.

¡Y qué alegría cuando don Roque me entregó tu carta! Desde su lectura tengo en mente dos agradecimientos que te quisiera transmitir.

Primero, y sin ninguna intención de tener a menos el que le prosigue, es en referencia a la elección de mi nombre en tu vástago. Me siento tan honrado por verlo reflejado en tu primogénito, que pienso si soy realmente merecedor de tal honor. Este hecho, amigo Emilio, ha desembocado desde entonces en unos lazos de nuestra amistad mucho más arraigados si cabe. En segundo lugar, mi gratitud se prolonga por depositar tu confianza respecto al lamentable suceso de la malograda mujer y de su pequeño. No daré más datos ni pistas, pues no quiero que mi lengua se desate en estas letras, pues sé que si cayeran en otras manos podría perjudicarte, y no quiero eso ni para ti, ni para los tuyos. Pero, amigo, tuve que leer varias veces algunos de los párrafos donde relatabas los sucesos porque ¡no daba crédito! Qué desagradecida ha sido la vida para con esta señora a la que me estoy refiriendo. No obstante, si algo me consuela con respecto al asunto, es que el destino de esa pobre desgraciada atisbó piedad y quiso que se cruzara contigo en sus últimos momentos. Cuán agradecido te estará su marido ahí donde la suerte le haya querido llevar.

Pero no debemos lamentarnos, Emilio. Pienso que el destino, por el momento, está siendo generoso con nosotros y, como me dijo don Roque alguna vez en algunas de sus reflexiones: hay que mirar hacia adelante para salir de la mejor manera posible de esta situación dolorosa, y para esto, cuanto más dispongamos de un espíritu positivo y fortalecido, de más utilidad vamos a ser. Sin duda alguna este está siendo tu caso y el tu señora. Os honra vuestro gesto desinteresado, y sin duda alguna alabo tan noble iniciativa que sin duda el destino sabrá como agradecer.

Por otro lado, si algo me pesa, es que ahora, a seis días de la festividad de Los Reyes Magos de Oriente, no pueda ofrecer nada a tus pequeños. Y culpo a la situación en la que me encuentro, pues no dista mucho de lo descrito en las anteriores cartas.

He sabido por don Roque que mis pobres padres mantuvieron un par de vacas hasta que se les dio por desaparecidos, y al igual que ellos, de los animales nada se ha vuelto a saber. Creo haberte hablado del único superviviente que encontré a mi regreso a la Quintana, y que fue mi única compañía desde entonces. Bien, pues el gallo Floro también desapareció, pasó a mejor vida… Y esto sucedió exactamente la pasada Nochebuena, pero claro, como podrás suponer su destino fue apagar los rugidos que mi estómago profería desde julio de 1936. Y aunque me invadió el arrepentimiento poco después de retorcerle el pescuezo, ya era tarde; el hambre llevaba tantos años amarrado a mis tripas, que tuve que decidir entre mi única compañía en la casona o la satisfacción de este impulso instintivo contra el que he estado luchando.

Después de dar esta ejecución a la sentencia, el destino quiso castigar mi conciencia aun más si cabe. Estaba yo entonces sentado sobre el tocón donde astillo la leña y fantaseando con el guisado mientras arrancaba del pobre Floro sus últimas cobijas, cuando atisbé en el estrecho de la vereda el leve indicio de una figura que me parecía inmaterial. Cierto que las pesadas nieblas a ras de suelo jugaron con mi imaginación. Pensé de inmediato que podría tratarse de aquellos espectros que vienen a atormentarme en los alrededores de la media noche, o por el contrario… ¿No hubiese sido un bonito regalo ver llegar a Padre, Madre y a hermana Covadonga en víspera de Navidad? No tuve más que difuminar aquellos pensamientos cargados de más voluntad que criterio y afinar la vista hacia lo que resultó ser la figura de don Roque acercándose a la casona. Me dijo que hacía tantos días que no aparecía por la iglesia que temía que algo malo pudiera haberme sucedido, y preocupado por este destino incierto que tengo aferrado al alma, había decidido arrastrar la mula hasta La Quintana para desperezar la incertidumbre.

Una vez dentro, y avivadas las ascuas del brasero, el cura no pudo sino sonreír ante mi ocurrencia del sacrificio de Floro. Luego de vaciar la alforja, puso sobre la mesa varios obsequios que sin duda agradecí: el primero fue lo que resultó ser mi cena de Nochebuena. Pobre Floro, pensé entonces, si don Roque hubiese llegado tan sólo unos minutos antes, yo ahora continuaría madrugando con el canto del gallo. Después, y para entretener los tiempos de mi obligado cautiverio en La Quintana, puso sobre mi mesa dos libros que había comprado al buhonero en su último paso por Marcenado del Moire: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” y “Las sergas de Esplandián”. Según me dijo el cura, la afanosa lectura de este segundo libro y otros semejantes tuvo la culpa de que Alonso Quijano perdiera la cabeza. ¿No te parece un racimo de paradojas estos regalos, dada mi situación? De todas maneras, don Roque, desde antes de mi Primera Comunión, siempre se preocupó de que creciera ilustrado. Lleva tanto tiempo abasteciéndome de lecturas del Siglo de Oro que temo acabar mis días como el hidalgo Quijano.

Te sorprenderás seguro de lo que fue mi cena de Navidad. ¿Sabías que puede ser posible degustar tortilla de patatas sin huevos ni patatas? El cura apartó el paño del manjar y puedes suponer mi sorpresa ante tal visión. Luego explicó que la tortilla no era tal, y que realmente lo que tenía ante mí era un efugio urdido tanto para la vista como para el paladar. Y he aquí la mentira con apariencia de verdad tramada por las viejas del pueblo: la parte blanca de las naranjas que se encuentra entre la cáscara y los gajos ha de apartarse y ponerse en remojo a modo de patatas cortadas. Los huevos deben ser sustituidos por una mezcla formada por cuatro cucharadas de harina, diez de agua, una de bicarbonato, pimienta molida, aceite, sal y colorante para darle el tono de la yema. Así que con este mejunje en el estómago pasé la celebración cristiana del día anterior al nacimiento de Jesús. Al día siguiente bajé al pueblo y don Roque y yo nos comimos a Floro en la sacristía, guisado en pepitoria gracias a un huevo fresco, esta vez de gallina, que alguna vieja enlutada donó a la iglesia ese mismo día.

Así concluyeron estas fiestas que me han traído por unos días esta serenidad que desde hace tanto tiempo venía yo demandando, en buena compañía y con la paz que prometen estas canciones populares. ¿Sabes? Aún resuena en mi recuerdo el soniquete de la música que arrancaron los niños del pueblo de las botellas de anís. Por unos días, los villancicos trajeron hasta mí tantos recuerdos de la infancia que, aunque no soy de carácter melancólico, me fue inevitable entristecerme por rememorar tiempos en los que, en La Quintana, me veía acompañado en estas fechas por mis padres, por mi hermana y por los vecinos del pueblo que quisieran unirse a nosotros.

La Navidad parecía transcurrir tranquila, y el estado de ansiedad que llevo padeciendo a causa del suceso relacionado con mis padres, junto con los espectros que mi cabeza se empeña en recuperar algunas noches, remitieron, hasta que el cura me habló de don Sebastián, que es de Somiedo, una localidad que aunque asturiana, se encuentra cerca de la provincia de León. Dicen las lenguas cercanas a Marcenado del Moire que este don Sebastián amasó una pequeña fortuna comerciando con el hambre y la desnutrición. Su delito, que quedó impune por el régimen que nos han impuesto, dio como resultado que algunos habitantes de las poblaciones circundantes, y del propio Somiedo, resultaran gravemente afectados por latirismo, que, como muy bien sabrás por tu oficio, da como resultado parálisis crónica en las piernas, y otras afecciones. Parece ser que este mosén, confiándose en que su posición no despertaría ninguna desconfianza, distribuyó harina de almortas mezclada con sosa, haciéndola pasar por harina de trigo, de arroz, o vete tú a saber. Y todo esto sin remordimiento ninguno. Las consecuencias de este desastre se pueden contemplar incluso en León, donde dicen que los niños fueron los más afectados. Con esta carta de presentación podrás suponer que este tal don Sebastián despierta temor no sólo en la localidad donde ejerce, sino también ahí donde la iglesia le requiere, y la de Marcenado del Moire no se salva de esta quema.

Regresando ahora a la cena de Navidad celebrada con don Roque en la sacristía, éste me contó, después de unas partidas de dominó y unos vasos de vino sin bendecir, que durante un tiempo el desgraciado de Somiedo ocupará su puesto durante las temporadas de ausencia. Don Roque no quiso especificar mucho sobre este asunto, pero sus ojos me contaron lo que sus palabras no pudieron o no quisieron decir. El brillo de la mirada del viejo se intensificó de tal manera mientras me ofrecía sus advertencias sobre de quién me tenía que cuidar, que por un momento me imaginé como la última generación de los apellidos Argüelles Sella. Y es que el cura que me ha dado esta educación estará ya ausente cuando estés leyendo la presente. Parece ser que a una hermana de don Roque, natural de Llanes, le ha llegado la hora, requiere los sacramentos antes de la defunción y su última voluntad es que se los administre sólo él. Así que, durante algunos días, he de esconderme sin remisión en la casona, cerrarla a cal y canto, y parecer ausente o desaparecido hasta que el sustituto regrese a Somiedo.

Amigo, tal vez sea esta imaginación que no deja de atormentarme, pero las circunstancias me han obligado a que el miedo que ahora siento esté a la misma altura que el que padecí en las trincheras. Ni los espectros que escucho en la cocina cuando se acerca la medianoche, ni esta incertidumbre que me atormenta respecto a la visión de mis padres en mi primera noche en Asturias, ha despertado tanta inquietud en mí como las advertencias sobre el cura de Somiedo.

El toque de queda que marcó don Roque comienza mañana día quince, la fecha prevista en que el marchante de aceites pasa por Marcenado del Moire y hará llegar esta carta hasta ti. Y si algo temo en este cautiverio al que me veo obligado, no es a morir de hambre, porque he podido reunir algunos alimentos y conservas, sino a las bajas temperaturas de este enero que parece durar todo un invierno. La casa debe parecer deshabitada, y además de no salir de ella, no debo delatarme encendiendo ninguna chimenea.

Así que deséame suerte, querido Emilio, pues esta intuición que tan a menudo me desconcierta me dice que debo temer al tal don Sebastián por razones que aún desconozco. Por eso prefiero no pensar en ello, alejar mi mente de estos fantasmas, y qué mejor manera que hacerlo que sumergirme en los libros prestados.

Espero, amigo Emilio, que tú y tu familia hayáis disfrutado en estas fiestas, o que por lo menos se hayan asemejado a las mías, sin los sobresaltos a los que estos tiempos nos quieren acostumbrar, y con la mirada esperanzada hacia el futuro con el que soñamos desde hace tanto tiempo.

Un fuerte abrazo para ti y los tuyos de tu amigo,

Dalmacio Argüelles Sella.

Carta 15: De Dalmacio a Emilio
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