Las cartas

Carta 1: De Luis Miguel a Emilio

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23 de abril de 1940

Mi querido Emilio:

Primeramente, quiero darte las gracias por todo lo que me has dado: por tu compañía, tu apoyo, tu comprensión y presencia, por brindarme la oportunidad de tener a mi lado, aunque lejos en distancia, a alguien como tú, en quien confiar, con quien divertirme, con quien soñar…

Te imagino sonriendo ahora y pensando por qué este chalado, tras mil cartas intercambiadas, comienza esta con tal agradecimiento. Pues posiblemente la causa sea la de recordar.

Te escribo desde un precioso café parisino, con un gran ventanal a través del cual puedo contemplar el transcurso de las luces del atardecer que caen y el anochecer que se apodera sereno, sobre el “Pont des Arts” cubriendo las tranquilas aguas del Sena. Esto me ha llevado a recordar aquella frase que, templado, me dijiste cuando para mí todo era cerrazón: “Mira más allá de lo que ahora parece oscurecerse”. Y el lápiz comenzó a escribir palabras de agradecimiento, y ante eso uno no se puede oponer. Esas son las circunstancias en las que realmente se forjan las amistades verdaderas. En tan difícil situación, nada menos que el final de una guerra, lo único que obtuve de positivo fue conocer mi realidad, en la cual estás incluido desde el día en que a este soldado herido (y digo soldado porque era lo que era, sin serlo en mi interior) le asignaron un médico del otro bando recién capturado, para ver si podía hacer algo útil por nuestra patria. Supe ver en ti lo que ahora eres, un amigo en quien confiar.

Punto y aparte, nunca mejor dicho, cambio de tema. Mi estado aquí continúa siendo agradable; en estos meses de estancia en París, mi mente parece dejarme descansar. Tampoco permito vencer a los sufrimientos, que me estarán haciendo cambiar, aunque de mí dependa hacia dónde me lleva ese cambio. Físicamente sigo cuidándome como cuando no estaba enfermo y aún continúo teniendo ese toque con las mujeres, que alegran un poco mis noches en la ciudad y sobre todo me ayudan a esconderme a mí mismo, lo que soy o lo que tengo. Sí es cierto que a veces necesito empujones, que recibo cuando llega una de tus cartas o alguna de mi pobre madre. Si el Sr. Herranz supiese que su señora doña Águeda escribe a su hijo a escondidas de su propio padre, no sé qué podría hacerle a ella. Es leer vuestras palabras y recobro fuerzas y ánimo para dar un paso al frente, y coger de nuevo impulso para correr, correr y correr.
Pero pasemos a temas más interesantes de mi actual vida en París.
Gracias a mi posición económica, que como bien sabes es debida a esa fortuna que limpia la sucia conciencia diaria de mi padre, puedo tratarme con personajes muy selectos de esta ciudad. Entre ellos, y para gran sorpresa la mía, conocí y estoy compartiendo algún que otro café con el Sr. Pablo Ruiz Picasso, un pintor bastante conocido aquí. Me ha contado que ha estado pintando en Royan, que por si no lo sabes, es una ciudad costera de Francia. Por lo visto ha estado casi un año pintando un cuadro al cual llama “Séquence de femmes au chapeau”. Al parecer, ahora quiere aventurarse con el teatro y un libreto muy extraño. Pasamos horas y horas hablando de cómo está nuestro país. Hemos escuchado que el general Franco va a construir algo así como un monumento a los caídos, no sé si un valle, ya me contarás exactamente a que se refiere. Sólo pensarlo nos enferma. La verdad, y aun apareciendo muchas de las veces cosas tristes en nuestras conversaciones, lo que mejor me sienta es escuchar durante más de dos frases seguidas mi lengua natal.

Aunque las cosas aquí no están del todo bien. Al parecer, el gobierno francés teme, y no sin razón, la invasión alemana. Como ya sabrás, ese loco alemán ha invadido ahora Noruega y Dinamarca. ¿En qué mundo vivimos, amigo?

Creen por aquí que en poco estará Hitler fotografiándose frente a la torre Eiffel. Sólo de imaginarlo, me cambia el color de la cara: huyo de un país arrasado por las ideas de un loco y me encuentro con otro. Yo por si acaso, he pensado hacer una buena compra y encerrarme durante unos días, viendo pasar las cosas a través de la ventana. No creo que una guerra sea lo más adecuado para mí. Ni quiero recordar, ni mi estado físico es el oportuno para hacer frente a ello.

En fin, Emilio, ¿cómo está tu familia? ¿Cómo estás tú? Y sobre todo, ¿cómo van las cosas por España? Después de una guerra los tiempos son muy duros, te lo repito en todas mis cartas al finalizar, y en esta no será menos: ¿necesitas dinero? ¿Necesitas alguna ayuda? ¿Alojo? No dudes nunca en solicitar cualquier cosa, que aun quedándome yo sin ello, antes elegiría que lo obtuvieras tú.
Un abrazo enorme. Cuídate mucho. Tu amigo,

Luis Miguel Herranz.

Carta 1: De Luis Miguel a Emilio
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