Las cartas

Carta 2: De Emilio a Luis Miguel

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Toledo, 31 de mayo de 1940

Mi muy querido amigo Luis Miguel:

Espero que la presente te encuentre en buen estado de salud, dentro de lo posible, aunque por las informaciones que me han llegado, es más preocupante tu estancia en París ahora que ese tal Hitler ha conseguido la guerra que estaba buscando. Me preocupo por ti, sabiendo tus problemas de salud, pero lo que más me preocupa es tu estado de ánimo. Me apena saberte lejos de tu gente y de tu tierra. He escrito a la portera de tus padres, porque como ya te dije en alguna ocasión, me huelo que tu madre te oculta lo que pudiera entristecerte, y me dice que tu padre parece mayor y que está triste, aunque entero. Estoy seguro de que te echa de menos. Como te echamos de menos todos, claro está.

Aprovechando que uno de mis pacientes viaja a París, le entregaré esta carta porque no confío en que una simple carta no se pierda en la guerra europea. Creo que este hombre se dedica al estraperlo, así que es posible que pueda hacerte llegar alguna otra carta a través de su persona. Además, quiero hacerte unas confidencias que, de caer en las manos que no debieran, podrían traerme serios problemas, a mí y a mi familia. La situación aquí no es fácil, querido Luis Miguel. Hay mucha gente situada ahora en lugares de cierta importancia que está ajustando las cuentas de la guerra. Se llevan a los hombres por la noche, como hace unos años, y nadie vuelve a saber de ellos. Por cualquier nadería pueden meterte preso, y sin ir más lejos, mi vecino Manuel Vega Mejía lleva en el penal de Ocaña desde octubre sin saber siquiera de qué le acusan.

Aquí, en Toledo, me ha ocurrido que han cambiado el nombre de la calle de mi consulta de Cuesta de los Capuchinos por calle del General Moscardó, ese fascista sin corazón que prefirió la muerte de su hijo y la destrucción del Alcázar y sus alrededores hasta los cimientos antes que ceder una plaza perdida. Ahora lo ensalzan y lo comparan con Guzmán el Bueno, y dicen que la culpa fue de los rojos por bombardear, que creo yo que es lo que se suele hacer en guerra, guerrear, y que Moscardó era un ser sin entrañas. Además del considerable gasto que ha significado para mí cambiar mis tarjetas de visita y la papelería de mi consulta, estoy determinado a cambiarme de local, pues no me veo con ganas de pasar años escribiendo el nombre de semejante bestia. Te informaré cuando cambie mi dirección.

Debo reconocer que estoy muy sensible con cuanto a la paternidad se refiere, ya que, con gran contento, te hago partícipe de que mi esposa y yo esperamos nuestro primer hijo para el próximo mes de octubre. Casi me vuelvo loco de alegría cuando me lo dijo, es como empezar un nuevo capítulo, como dejar atrás la pesadilla. Y es curioso lo que ocurre, que parece que este niño que viene ha llenado de esperanza a la gente que nos rodea, como si fuese un amuleto contra tanta muerte y desgracia que ha traído la maldita guerra. Además de que su estado le sienta bien y está aún más guapa que de costumbre, aunque esté mal que yo lo diga, quien más quien menos se pasa a saludarla, y procuran tocarle el vientre, como si quisieran hacer suya la esperanza y la inocencia de la criatura que viene. Ella, en broma, dice que le frotan la barriga como si fuera la chepa de un jorobado para que les traiga suerte, y que cualquier día de estos va a pasar una minuta, como hago yo con mis pacientes. Yo le digo que no se hará rica pasando minutas, cosa que le puedo asegurar.
Hay cosas que no le cuento, como que muchos de los pacientes que atiendo no tienen para pagarme. Normalmente me dan lo que les da la economía: unos pocos huevos, lechugas, tomates, un poco de leche, pero sé que se lo quitan de comer a sus hijos y no siempre tengo el cuajo de aceptarlos. Entre los que ni siquiera disponen de un trozo de tierra que cultivar, hay maridos que de pronto insinúan que tienen algo muy urgente que hacer y te dejan a solas con su mujer, y ella ofrece un pago en especie que yo no soy capaz de consentir. Me avisó Abel Paredes, el veterinario, de que a veces ocurría, y entre risotadas en la taberna me contaba sus proezas como si aquella gente de la que hablaba no se mereciera otra cosa, como quien habla de la casa de putas de Recaredo. Pero yo no tengo lo que hay que tener, no puedo dejar de ver a la persona detrás de la miseria, y cuando tal ofrecimiento ocurre, tomo mi sombrero y me retiro cuan rápidamente puedo. Hay cosas para las que no sirvo.

Estoy divagando, querido Luis Miguel. Es una pena que estemos tan lejos y que no podamos compartir estos pensamientos entre nosotros, con una botella de anís como aquella vez en el hospital de campaña, ¿te acuerdas? ¡Cómo no has de acordarte! Ojalá pudieras venir a visitarnos, aunque el clima de Toledo sería fatal para tu dolencia. Necesitas temperaturas más suaves y un clima más húmedo, y no el horrible calor que ya está haciendo aquí. La fiesta del Corpus está a la vuelta de la esquina y han tendido unos toldos sobre las calles para que no se achicharre la Sagrada Forma, ni los fieles que la sigan. Es una fiesta hermosa que me gustaría que vieras. Prefiero no contártela para que la goces con más gusto cuando la veas con tus propios ojos.

En cuanto al valle ese por el que me preguntas, es un valle de lágrimas que más que un valle es un cerro, en cuya construcción están utilizando como mano de obra a cuanto preso político ha caído en sus manos. Parece ser que quieren hacer una basílica y un monumento a los que cayeron en batalla. A los suyos, imagino. A veces pienso qué azar me llevó al campo de concentración de Betanzos en lugar de a cualquier otro, y la suerte que tuve de que con mi historial me permitan ejercer mi profesión sin molestarme demasiado. De vez en cuando, alguien escupe a mi paso y me llama rojo en voz baja, pero como nunca se sabe cuándo van a necesitar de mis servicios, eso ocurre muy pocas veces.

Por ahora, mi mujer y yo vamos tirando, entre lo que consigo cobrar, tanto en dinero como en alimentos, y lo que nos traen mis suegros cuando vienen del pueblo, y nada razonable nos falta. Ella es mañosa y se va arreglando la ropa para ajustarla a su cintura creciente, y pronto vendrá una boca más, pero seguro que saldremos adelante. Te agradezco mucho tu ofrecimiento, pero mejor guárdalo para ti. Si tienes que salir corriendo de la locura de la nueva guerra, es posible que te hagan falta todos tus recursos.

Debo despedirme ya, o mi paciente partirá hacia París sin esta carta. Escríbeme a esta dirección hasta nueva orden, o mejor aún, intenta darle la respuesta al propio mensajero. No sé si es una sensación o una realidad, pero algo me dice que en algún punto del recorrido hay una persona que vigila las cartas de los que luchamos en el otro bando sin que se le puedan pedir explicaciones, y prefiero que nadie me tenga en sus manos. Estos son tiempos oscuros y nunca se es lo bastante prudente. Además, ahora no haría absolutamente nada que pudiera impedir que conociera a mi futuro hijo.

Cuídate mucho, amigo mío. Quedo a tu disposición para lo que gustes mandar.
Tu amigo que lo es,

Emilio Pérez-Olivares Espinosa.

Carta 2: De Emilio a Luis Miguel
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